«La solución norteamericana dependía del hecho insólito de un aumento de tierras libres virtualmente ilimitado y también de la falta de todo antecedente de relaciones feudales o de tradicional colectivismo campesino. El único obstáculo para la extensión del cultivo puramente individual era el de las tribus de pieles rojas, cuyas tierras -normalmente garantizadas por tratados con los gobiernos francés, inglés y norteamericano- pertenecían a la colectividad, a menudo como cotos de caza. El conflicto entre una perspectiva social que consideraba la propiedad individual perfectamente enajenable como el único orden no sólo racional sino natural, y otra que no lo consideraba así, es quizás más evidente en el enfrentamiento de los yanquis y los indios. «Entre las más perjudiciales y fatales (de las causas que impedían a los indios captar los beneficios de la civilización) -decía el comisario de Asuntos Indios- figuran su posesión en común de territorios demasiado grandes, y el derecho a grandes rentas en dinero; la primera les proporciona un amplio campo para abandonarse a sus costumbres nómadas y evita que adquieran el conocimiento de la propiedad individual y las ventajas de una residencia fija; la segunda favorece la ociosidad y el afán de lucro, proporcionándoles los medios para satisfacer sus depravados gustos y apetitos». Por tanto, resultaba tan moral como provechoso despojarles de sus tierras mediante el fraude, el robo o cualquier otro procedimiento por el estilo» (Hobsbawm La era de la revolución, 1789-1848. Editorial Crítica. Barcelona 2003, pág.155-156).
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