La revolución de Praga (1848)

La revolución de Praga (1848)
LANGSDORFF, E. DE, 1848, 711-712.
Desde principios de marzo, el solo eco de lo acontecido en París había producido en Praga una extraordinaria agitación. En los cafés y en las tabernas se leían cada noche en voz alta los periódicos. Los obreros, y especialmente los estampadores de telas, la clase más numerosa,
parecían impacientes por caer, también ellos, en la violencia. La expresión famosa, organización del trabajo, que les llegaba de París a pesar de la distancia, este hipócrita santo y seña de la guerra civil, también ahí calentaba las cabezas: los obreros de Praga todavía no se habían librado de la cólera ciega producida por la aparición de la maquinaria entre el pueblo obrero. Se temía, por lo tanto, que surgieran los problemas desde abajo mientras se esperaban concesiones desde arriba. Dividida entre esta ansiedad y esta esperanza, la burguesía vivía al día, en una especie de fermentación que nunca se había visto.
El 11 de marzo, vigilia de la revolución de Viena, tuvo lugar en los Baños de Wenceslao una asamblea pública que era como el primer síntoma de todo el movimiento y que dejaría recuerdos muy profundos en los habitantes de Praga, hasta entonces tan pacíficos. Invitados, mediante cartas anónimas, a reunirse para ponerse de acuerdo sobre los términos en que debía dirigirse una carta al gobierno, los burgueses se habían reunido como se les solicitaba, pero con bastante desconfianza sobre la misteriosa convocatoria y muy inquietos, tanto por la actitud de la muchedumbre silenciosa que se amontonaba en los alrededores del lugar de reunión, como del barullo, cantos y carcajadas de los soldados borrachos que les contemplaban desde las ventanas de los cuarteles en los que se les había recluido. Una vez llena la sala, un hombre llamado Faster, dueño de un café y que volveremos a encontrar a menudo en toda esta historia, dio lectura, en lengua checa, a los varios artículos que proponía incluir en la petición. Igualdad de las dos razas en la escuela, ante la justicia y la autoridad; obligación de que todo el mundo hablara ambas lenguas; fusión de Bohemia, Moravia y Silesia, garantizada por la unidad de una dieta común que se reuniría una vez en Praga y otra en Brunn; ampliación de las bases de representación nacional; administración electiva e independiente en los municipios y para las rentas
municipales; juicios orales y públicos; libertad absoluta de prensa; una cancillería responsable con sede en Praga; armamento del pueblo; supresión de los derechos feudales, de las prestaciones, de las justicias privilegiadas; servicio militar obligatorio para todos; libertad personal asegurada, igualdad de todas las confesiones. Éste era, en conjunto, el programa un poco abreviado del ciudadano Faster. El auditorio aplaudía sin parar, checos y alemanes confundidos en un mismo entusiasmo.
Los peticionarios de Praga, escarnecidos y amenazados aquella mañana por los burócratas, la misma noche, al llegar el último convoy de Viena, eran saludados como héroes protectores. El burgomaestre publicaba anuncio tras anuncio y empalmaba un discurso con otro: rogaba a los burgueses que bajaran a sus puestos para defender la ciudad, incluso sin uniforme; para recibir armas y ejercitarse en las maniobras. Llamaba a los habitantes de Praga exhortándoles a preocuparse del bienestar de la familia y de las propiedades, se les suplica que se abstengan del más mínimo tumulto, y se compromete a proveerles de fusiles, y de picas si es necesario. Por favor, nada de desórdenes. ¿No existe la instancia del 11 de marzo para trasladar sus deseos al pie del trono? La instancia se encuentra en todas partes, en el Ayuntamiento, en el círculo de notables, en el de los burgueses, en el de los comerciantes. Todo el mundo va afirmar, como para desviar la tormenta que se teme, mediante este procedimiento pacífico, y olvidar el rasgo de audacia de la semana anterior. La verdad es que se teme, sin poderlo disimular, a los proletarios de la ciudad y al pueblo bajo del campo. Se sabe que desde hace días los obreros del Karolinenthal se hacen leer los
manifiestos de sus hermanos de París. La revolución está en el ambiente. Los burgueses se organizan en compañías; los alumnos de la Escuela Politécnica y de la Universidad crean un cuerpo franco, los intelectuales y artistas, otro. Los judíos se presentan para entrar en todos ellos. Praga, sin guarnición, no tiene más defensa que sus habitantes. Los estudiantes quieren presentar su petición aparte y dirigirse ellos mismos al emperador como han hecho los burgueses; reclaman al mismo tiempo las libertades políticas actuales y los privilegios de la Edad Media, sin olvidarse de los tribunales de honor para impedir los desafíos, y centros de gimnasia para instruirse en las virtudes masculinas. La administración se convierte a toda prisa en progresista y reformada.

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