Las jornadas de Junio del 48. El análisis de A. de Tocqueville

TOCQUEVILLE, A. DE, 1984, 184-185.
He llegado, por fin, a la insurrección de Junio, la más grande y la más singular que haya tenido lugar en nuestra historia y tal vez en cualquier otra: la más grande, porque, durante cuatro días, más de cien mil hombres tomaron parte en ella, pereciendo cinco generales; y la más singular, porque los insurgentes combatieron sin grito de guerra, sin jefes, sin banderas, y, no obstante, con una conjunción maravillosa y con una experiencia militar que asombró a los más viejos oficiales.
Lo que la distinguió, además, entre todos los acontecimientos de este género que se sucedieron desde hace sesenta años en Francia, fue que no se propuso cambiar la forma de gobierno, sino alterar el orden de la sociedad. No fue, ciertamente, una lucha política (en el sentido que hasta entonces habíamos dado a esta palabra), sino un combate de clase, una especie de guerra de esclavos. Caracterizó a la revolución de Febrero, en cuanto a los hechos, de igual modo que las teorías socialistas la habían caracterizado en cuanto a las ideas; o, más bien, surgió
naturalmente de aquellas ideas, como el hijo de la madre; y no debe verse en ella más que un esfuerzo brutal y ciego, pero poderoso, de los
obreros por escapar a las miserias de su condición, que le había sido descrita como una opresión ilegítima, y por abrirse, mediante las armas,
un camino hacia aquel bienestar imaginario que se les había mostrado, en la lejanía, como un derecho. Es esta mezcla de codiciosos deseos y
de falsas teorías lo que hizo tan formidable a esta revolución, después de haberla originado. Se había asegurado a aquellas pobres gentes que
la fortuna de los ricos era, en cierto modo, el producto de un robo cuyas víctimas eran ellos. Se les había asegurado que la desigualdad de las  fortunas era tan contraria a la moral y a la sociedad como a la naturaleza. Las necesidades y las pasiones contribuyeron a que muchos lo  creyesen. Aquella oscura y errónea noción del derecho, que se mezclaba con la fuerza bruta, comunicó a ésta una energía, una tenacidad y una potencia, que por sí sola no habría tenido nunca.
Hay que señalar también que esta terrible insurrección no fue la acción de un cierto número de conspiradores, sino el levantamiento de toda una población contra otra. Las mujeres participaron en ella tanto como los hombres. Mientras éstos combatían, aquéllas preparaban y a acarreaban las municiones, y cuando, al fin, tuvieron que rendirse, las últimas en decidirse fueron ellas [ … ].

Un comentario

8 09 2010
Gabriel Elías Sánchez

Felicitaciones me encantó éste trabajo… Me sirvió mucho para lo que estábamos trabajando en la Escuela… Que Dios los bendiga.

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