Peligros y futuro del Imperio Austrohúngaro (1906)

 

Peligros y futuro del Imperio Austrohúngaro (1906)

EISENMANN, L., 1968, 670 y ss.

 

Se dice que tres peligros amenazan a Austria: el separatismo húngaro, el paneslavismo y el pangermanismo. Pero ¿qué hay de verdad bajo estas palabras? El año 1849 curó a los húngaros de sus ilusiones: todos saben de sobra que la unión con Austria es para ellos necesaria. La misma unión personal no sería una separación sino otra forma de alianza, que dejaría en pie las obligaciones de defensa común y recíproca. Pero la mayoría de la nación está de parte del dualismo: el conde Apponyi, el conde Julio Andrassy, De Szell, el conde Tisza, han proclamado más de una vez que el interés de la nación pide el mantenimiento de dicho dualismo. La separación, incluso si fuera la voluntad de los húngaros, sería imposible en tanto que la dinastía conserve una sombra de poder en Hungría y Austria, y mientras las diversas nacionalidades húngaras, los rumanos, los eslovacos, los croatas, no se hayan magiarizado hasta el último hombre. Ahora bien, no parece que esto pueda realizarse por lo menos durante una larga época, a pesar de los esfuerzos de magiarización. El paneslavismo sería más amenazador para Austria, no en su forma sentimental o literaria, sino únicamente en su forma política, es decir, si supusiera la reunión de todos los eslavos en un gran imperio, el cual sería necesariamente un imperio ruso. ¿Quién cree aún en esta quimera? Y, sobre todo, ¿quién cree que los eslavos austríacos considerarían con simpatía esta perspectiva? Los eslavos oprimidos, no hay duda que han vuelto sus ojos hacia Rusia, de la cual esperaban la salvación. Pero una vez libres y con capacidad para vivir su vida nacional no han sentido interés ninguno por sacrificarse al zarismo. Los eslavos de Austria no actúan ni piensan sobre este punto de otra forma que los búlgaros, por ejemplo. Los checos se mantienen fieles a la doctrina de Palacky, el cual se declaró en 1849 contrario a la monarquía universal rusa y cualquier otra monarquía universal. Siempre han deseado y siguen deseando ser únicamente checos. Dirigen sus miradas o parecen dirigirlas hacia San Petersburgo cuando quieren dar un toque de atención a Viena, y hacerle ver que en caso de una opresión excesiva sabrían dónde encontrar un protector. Pero no se hacen ilusiones sobre el real valor político de las simpatías rusas: las utilizan de espantapájaros. Lo mismo ocurre con el pangermanismo. Debe distinguirse el pangermanismo interior y el pangermanismo exterior: la aspiración de los alemanes de Austria a unirse con Alemania, y el deseo de, Alemania de anexionar Austria al Imperio alemán. El pangermanismo interior no existe. La ruptura de los vínculos seculares que unían a Austria con Alemania, la pérdida de la tradicional hegemonía de los alemanes en Austria, han creado inevitablemente disgustos y malestar. Aunque una apareciera desde mucho tiempo como la solución necesaria de un largo conflicto, y la otra fuera la inevitable consecuencia de una evolución política y social que no podía pararse, era imposible que no se sintieran lesionadas en sus sentimientos y en sus intereses nacionales. Se creyeron víctimas de una expoliación arbitraria e injusta. Su orientación política en la nueva situación no tenía más remedio que modificarse: no podían ya confundir su causa con la del estado austríaco, debían convertirse en alemanes nacionales. Pero alemán nacional no quiere decir pangermanista. Aunque insistan en la solidaridad moral e intelectual de todos los alemanes, no hacen más que seguir el ejemplo de los eslavos: si proponen en su programa una más estrecha alianza entre Alemania y Austria, no se trata en modo alguno de una absorción, sino que lo que expresan con ello es más un piadoso deseo que una esperanza en el porvenir. En cualquier caso, su política es práctica, se basa en la realidad y en que Austria dure. Solamente un puñado de exaltados, el partido de Schönerer, son auténticamente pangermanistas, pero no se les puede tomar en serio. En el momento más álgido de la agitación nacional provocada por las ordenanzas sobre las lenguas en 1897 entre los alemanes, obtuvieron, gracias a la exasperación popular, algunos éxitos electorales, más ruidosos que perennes: se les nombró no tanto por su programa, como por su vocabulario injurioso; no tanto por s~s inteligencias, como por sus gargantas. Pero ya se siente la reacción contra este «arrebato». Los alemanes de Austria en realidad guiñan el ojo hacia Berlín, lo mismo que los eslavos hacia San Petersburgo, para fastidiar al Gobierno austríaco, o para avisarle de que no vaya demasiado lejos. Pero no existe entre ellos un verdadero pangermanismo~ ¿Existe realmente el pangermanismo exterior? Los marcos trazados por amigos excesivamente activos o por enemigos demasiado desconfiados para la futura anexión alemana encierran toda la Cisleithania excepto Galitzia, con Bukovina y Dalmacia: en total, 17 millones de personas, de los cuales más de 16 son católicos, y más de 8 son eslavos. Alemania no temería hoy tanto como hace diez años aumentar su población católica, pero los eslavos le interesarían menos. También debería contar con el apoyo que recibiría su resistencia por parte de la población campesina de las provincias de los Alpes, católica a machamartillo y fanáticamente austríaca. Además, una cosa es cierta, una anexión de tal magnitud no podría realizarse más que como resultado de una conflagración europea; y ésta presentaría para Alemania demasiados peligros e inconvenientes para que pueda admitirse que la provocara de buena gana para conseguir un provecho tan problemático, como sería la anexión al Imperio de nuevos elementos extraños a la idea nacional y rebeldes a la asimilación prusiana. Estos hechos evidentes empiezan a ser reconocidos, incluso por los partidos que tuvieron en un determinado momento in(eré~ en mantener el temor al peligro pangermánico: Fort, delegado checo, declaró en la última Delegación austríaca que el peligro pangermanista es un fantasma.

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En realidad, la dinastía de los Habsburgo está sostenida en Austria, no sólo, no, sobre todo, por una lealtad beata, sino por la idea política que es la única en representar; permanece porque por ella se expresa la necesidad política gracias a la cual la monarquía que fundó, pronto hará cuatro siglos, ha subsistido hasta hoy y subsistirá seguramente aún durante mucho tiempo, a no ser que se desmorone todo el orden y el equilibrio político de la Europa actual.

2 responses

15 10 2012
Andres Riofrio

mierda no ai nada aqui culicagaos

26 04 2013
Gaston

Muy interesante

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