Preludio de las «guerras del opio» entre Inglaterra y China. Carta de Lin Ze-xu a la reina Victoria, 1839

CHESNEAUX, J., y M. BASTlD, 1972,91-92.

La Vía del Cielo es la equidad para con todos: no soporta que perjudiquemos a los demás en beneficio nuestro. En este aspecto, todos los hombres son semejantes en el mundo entero: aman la vida y odian todo lo que pueda poner en peligro a esta misma vida. Vuestro país se halla a veinte mil leguas, pero a pesar de ello, la Vía del Cielo se aplica a todos vosotros como a nosotros, y vuestros instintos no son distintos de los nuestros, ya que en ninguna parte los hombres son tan ciegos como para no distinguir entre lo que trae la vida y lo que acarrea la muerte, entre lo que es ventajoso y lo que resulta perjudicial. Nuestra Corte Celeste trata a todos los que viven entre los cuatro mares como miembros de una gran familia. La bondad de nuestro gran Emperador es como el Cielo que cubre todas las cosas. No existe región, por salvaje o alejada que esté, que él no aprecie o vigile. Siempre, desde que se abrió el puerto de Cantón, ha prosperado el comercio. Desde hace unos ciento veinte o ciento treinta años, los nativos del lugar han disfrutado de relaciones pacíficas y provechosas con los barcos que venían del extranjero. El ruibarbo, el té y la seda son todos productos de gran valor de nuestro país y sin los cuales los extranjeros no podrían vivir. La Corte Celeste, extendiendo su benevolencia a todos por igual, autoriza su venta y su transporte a través de los mares, hacia imperios lejanos, sin lamentarlo siquiera, y su bondad iguala la bondad del Cielo y de la Tierra.

Pero existe una categoría de extranjeros malhechores que fabrican opio y lo traen a nuestro país para venderlo, incitando a los necios a destruirse a sí mismos, simplemente con el fin de sacar provecho.

Anteriormente, el número de fumadores de opio era reducido; pero ahora el vicio se ha extendido por todas partes y el veneno va penetrando cada vez más profundamente. Si existe gente tan estúpida como para ceder a esta necesidad en detrimento propio, son ellos los que causan su propia ruina y, en un país tan poblado y floreciente, podemos prescindir de ellos. Pero nuestro gran Imperio Manchú unificado se considera responsable de los usos y costumbres de sus súbditos y no puede sentirse satisfecho al verles víctimas de un veneno mortal. Por este motivo, hemos decidido castigar con penas muy severas a los mercaderes y a los fumadores de opio, con el fin de poner término definitivamente a la propagación de este vicio. Parece ser que esta mercancía envenenada se fabrica por algunas personas diabólicas en lugares sometidos a vuestra ley. Como es natural, no se vende siguiendo órdenes vuestras. Tampoco se produce en todos los países sobre los que vos reináis, sino únicamente en algunos de ellos. He oído decir que en vuestro país está prohibido, bajo penas muy severas, fumar opio. Ello significa que no ignoráis hasta qué punto resulta nocivo. Pero en lugar de prohibir el consumo del opio, valdría más que prohibierais su venta o, mejor aún, su producción, ya que éste sería el único medio de purificar la contaminación y su fuente.

Mientras no toméis esta medida y sigáis fabricando opio e incitando al pueblo de China a que lo compre, demostraréis que os preocupáis de la vida de vuestros propios súbditos y os despreocupáis de la vida de los otros hombres indiferentes ante el mal que causáis a los demás en vuestra avidez de ganancias. Esta conducta repugna al sentimiento humano y está en desacuerdo con la Vía del Cielo [ … ].
Las leyes que prohiben el consumo del opio son actualmente tan severas en China, que si seguís fabricándolo descubriréis que nadie lo comprará y que nadie hará fortuna gracias al opio. En lugar de derrochar vuestros esfuerzos en una empresa desesperada, ¿por qué no pensáis en alguna otra forma de comercio? Todo el opio que se descubre en China se echa en aceite hirviendo y se destruye. En lo sucesivo, todo barco extranjero que llegue con un cargamento de opio a bordo será incendiado, con lo cual se quemarán también inevitablemente todos los otros bienes que transporte. Entonces, no sólo no obtendréis ningún beneficio de nosotros, sino que os arruinaréis en el negocio. Después de pretender perjudicar al prójimo resultará que sois vos la primera que sufrirá por ello. Nuestra Corte Celeste no habría conseguido la fidelidad de muchos países si no ejerciera un poder sobrehumano. No digáis luego que no se os avisó a tiempo. Al recibir esta carta, Su Majestad será lo suficientemente buena como para comunicarme inmediatamente las medidas que se habrán tomado en cada uno de sus puertos.

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