David Hume, Tratado de la Naturaleza Humana

 

«Del origen del Gobierno.

 Nada es tan cierto como que los hombres se guían en gran medida por el interésy que aun cuando se preocupan por algo que trasciende de ellos mismos no lleganmuy lejos; no es usual para ellos en la vida corriente interesarse más que por susamigos más cercanos y próximos. No es menos cierto que es imposible para loshombres asegurar su interés de una manera más efectiva que mediante la observan-cia universal e inflexible de las reglas de la justicia, por las cuales pueden mantenerfirme la sociedad y evitar la recaída en la condición miserable y salvaje que corrien-temente se nos presenta como el estado de naturaleza. Siendo grande este interésque todos los hombres tienen en el mantenimiento de la sociedad y la observancia delas reglas de la justicia, es palpable y evidente aun para el más rudo e inculto de losmiembros de la raza humana y es casi imposible para cualquiera que tenga experien-cia de la sociedad engañarse en este particular. Por consiguiente, ya que los hombresse hallan tan sinceramente ligados a su interés, y su interés se preocupa tanto por laobservancia de las reglas de la justicia, y este interés es tan cierto y declarado, puedepreguntarse cómo puede surgir el desorden en la sociedad y qué principio tan pode-roso existe en la naturaleza humana que venza a una pasión tan fuerte o que sea tanviolento que obscurezca un conocimiento tan claro. Ya se observó, al tratar de las pasiones, que los hombres se hallan poderosamen-te guiados por la imaginación y adaptan sus afecciones más a la manera como unobjeto se les aparece que a su valor intrínseco y real. Lo que les impresiona mediante una idea intensa y vivaz prevalece corrientemente sobre lo que se presentaobscuramente, y debe existir una gran superioridad de valor para compensar estaventaja. Ahora bien: como todo lo que es contiguo en el espacio o en el tiempo nos impresiona mediante una idea tal, tiene un efecto proporcional sobre la voluntad ylas pasiones y actúa comúnmente con más fuerza que un objeto que está en una mayor distancia y más obscurecido. Aunque podamos estar plenamente convencidos de que el último objeto supera al primero, no somos capaces de regular nuestras acciones por este juicio, sino que cedemos a las solicitaciones de nuestras pasiones,que hablan siempre en favor de todo lo que está cerca o contiguo. Esta es la razón de por qué los hombres obran tan frecuentemente en contradicción con su interés conocido, y en particular de por qué prefieren una pequeña ventaja presente al mantenimiento del orden en la sociedad, que depende tanto de laobservancia de la justicia. La consecuencia de cada violación de la equidad parece hallarse muy remota y no se inclina a oponerse a las ventajas inmediatas que puedenser obtenidas por ella. Sin embargo, no son menos reales por ser remotas, y como loshombres se hallan en algún grado sometidos a las mismas debilidades, sucede nece-sariamente que las violaciones de la equidad deben llegar a ser muy frecuentes en lasociedad y el comercio de los hombres; de este modo debe hacerse muy peligroso eincierto. Vosotros tenéis la misma propensión que yo tengo hacia lo que es contiguofrente a lo que es remoto. Por consiguiente, sois llevados a cometer como yo actosde injusticia. Vuestro ejemplo me empuja en esta vía por imitación y también meproporciona una nueva razón para la violación de la equidad mostrándome que seréla víctima de mi integridad si me impongo solo yo el deber de dominarme en mediode la licencia de los otros. Por consiguiente, esta cualidad de la naturaleza humana no sólo es muy peligro-sa para la sociedad, sino que parece, en una ojeada rápida, ser incapaz de remedio.El remedio puede venir con sólo el consentimiento de los hombres, y si los hombresson incapaces de preferir lo remoto a lo contiguo no consentirán jamás en algo quelos obligue a esta elección y contradiga de una manera tan sensible sus principios einclinaciones naturales. Siempre que se escogen los medios se escoge el fin, y si noses imposible preferir lo que es remoto nos es igualmente imposible someternos auna necesidad que nos obligue a un método tal de acción. Sin embargo, aquí puede observarse que esta debilidad de la naturaleza humanallega a ser el remedio de sí misma y que nos precavemos contra nuestra negligenciade los objetos remotos solamente porque somos inclinados a esta negligencia. Cuandoconsideramos los objetos a distancia, todas sus pequeñas particularidades se desva-necen y damos siempre preferencia a lo que es preferible en sí mismo, sin considerarsu situación y circunstancias. Esto da lugar a lo que en un sentido impropio llama-mos razón, que es un principio que es frecuentemente contrario a las inclinaciones que se presentan ante la proximidad de un objeto. Al reflexionar sobre una acciónque realizaré de aquí a doce meses me determino a preferir el bien más grande, ya sehalle más contiguo o más remoto en este tiempo, y una diferencia en este particularno trae consigo una diferencia en mis intenciones y resoluciones presentes. Mi ale-jamiento de la determinación final hace que estas pequeñas diferencias se desvanez-can, y no estoy afectado por nada más que por las cualidades generales y másdiscernibles del bien y el mal; pero cuando me aproximo más cerca, estas circuns-tancias que en un principio eché de ver comienzan a aparecer y tienen una influenciaen mi conducta y mis afecciones. Una nueva inclinación hacia el bien presente surgey me hace difícil el adherirme a mi primer propósito y resolución. Esta debilidadnatural puedo lamentarla mucho y puedo intentar por todos los medios posibles ellibrarme de ella. Puedo recurrir al estudio y a la reflexión sobre mí mismo, al conse-jo de los amigos, a la meditación frecuente y la resolución repetida, y habiendoexperimentado qué poco eficaces son todos estos medios, puedo abrazar gustoso otro expediente por el que me imponga el dominio sobre mí mismo y que me defien-da contra esta debilidad. La única dificultad, por consiguiente, es hallar este expediente por el que elhombre se libra de su debilidad natural y se ponga bajo la necesidad de observar lasleyes de la justicia y equidad, a pesar de su violenta inclinación a preferir lo conti-guo a lo remoto. Es evidente que un remedio tal jamás podrá tener efecto sin corre-gir esta propensión, y como es imposible cambiar o corregir algo material en nuestranaturaleza, lo más que podemos hacer es cambiar las circunstancias de la situación yhacer de la observancia de las leyes de la justicia nuestro interés más inmediato y desu violación nuestro interés más remoto. Sin embargo, siendo esto impracticablecon respecto a todo el género humano, puede tener tan sólo lugar con respecto apocas personas, que nosotros inmediatamente interesamos en la ejecución de la jus-ticia. Estas son aquellas que llamamos magistrados civiles, reyes y ministros deéstos o gobernantes y legisladores, que siendo personas indiferentes a la mayor par-te del Estado no tienen interés o tienen un interés muy remoto en algún acto deinjusticia, y hallándose satisfechos con su condición presente y con su parte en lasociedad tienen un interés inmediato en toda ejecución de la justicia, ya que es tannecesaria para el mantenimiento de la sociedad. Aquí, pues, radica el origen delGobierno y sociedad civil. Los hombres no son capaces de desarraigar en ellos o enlos otros la estrechez de horizonte que les hace preferir lo presente a lo remoto. Estaspersonas, pues, no son solamente inducidas a observar estas reglas en su propiaconducta, sino también a obligar a los otros a una igual regularidad y a inculcar losdictados de la equidad a través de la sociedad entera. Y si ello es necesario debeninteresar a otros más inmediatamente en la ejecución de la justicia y crear un núme-ro determinado de funcionarios civiles y militares para asistirlos en su gobierno.

 Sin embargo, esta realización de la justicia, aunque es la principal, no es la únicaventaja del Gobierno. Como las pasiones violentas impiden a los hombres percibirclaramente el interés que tienen en una conducta justa con respecto a los otros, lesimpide también ver esta equidad misma y los hace de un modo notable parciales ensus propios favores. Dicho inconveniente se corrige del mismo modo que el antesmencionado. Las mismas personas que ejecutan las leyes de la justicia decidirán delas controversias referentes a ellos, y siendo indiferentes a la mayor parte de la so-ciedad, decidirán de un modo más equitativo que cada uno lo haría en su propiocaso. Mediante estas dos ventajas de la ejecución y de la decisión de la justicia loshombres adquieren una garantía contra la pasión y debilidad de los otros, así comocontra las suyas propias, y bajo el amparo de sus gobernantes comienzan a probar agusto las dulzuras de la sociedad y de la mutua asistencia. El Gobierno extiende aúnmás allá su influencia beneficiosa, y no contento con proteger a los hombres en estasconvenciones que realizan para sus mutuos intereses, los obliga frecuentemente a hacer tales convenciones y los fuerza a buscar su propia ventaja mediante el acuerdoacerca de cualquier fin o propósito común. No existe cualidad de la naturaleza hu-mana que cause errores más fatales en nuestra conducta que la que nos lleva a prefe-rir lo que es presente a lo distante y lo remoto y nos hace desear los objetos más porsu situación que por su valor intrínseco. Dos vecinos pueden ponerse de acuerdopara desecar un campo que poseen en común, porque es fácil para ellos conocerrecíprocamente sus espíritus y cada uno de ellos puede ver que la consecuenciainmediata de no llevar a cabo su parte es el abandono del proyecto total. Sin embar-go, es verdaderamente difícil, y de hecho imposible, que mil personas se pongan deacuerdo para una labor tal, siendo imposible para ellos concertar un designio tancomplicado, y aun más difícil para ellos realizarlo, ya que cada uno trata de buscarun pretexto para librarse de la perturbación y gasto y quiere dejar todo el peso delasunto a los otros. La sociedad política remedia fácilmente estos inconvenientes.Los magistrados hallan un interés inmediato en el interés de una parte considerablede sus súbditos. No necesitan consultar a nadie más que a sí mismos para el fomentode este interés, y cuando el fracaso de un elemento en la ejecución va unido, aunqueno inmediatamente, con el fracaso del todo, evitan este fracaso porque no tienen uninterés ni inmediato ni remoto en él. Así, se construyen puentes, se abren puertos, selevantan fortificaciones, se hacen canales, se equipan flotas y se instruyen ejércitosen todas partes por el cuidado del Gobierno, que, aunque compuesto de hombressometidos a todas las debilidades humanas, llega a ser, por una de las invencionesmás finas y sutiles imaginables, una composición que se halla en cierta medida librede estas debilidades».

David Hume, Tratado de la Naturaleza Humana

[Puedes encontrar el texto completo de Hume, traducido al castellano, AQUÍ]

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